lunes, 28 de mayo de 2012

Perseguir la fabulación



 
El sábado 12 de mayo de 2012 -por si no lo tienen presente, un lindo y soleado sábado otoñal- cuatro gatos locos –en rigor, cinco- arribamos a la Casona de Flores para concretar nuestro primer encuentro. Entre mates, galletitas y mandarinas compartimos un par de lecturas y unas cuantas preguntas. Las lecturas las compartiremos más abajo; el mate, las galletitas y las mandarinas se las debemos; y las preguntas... bueno, intentaremos reponerlas de algún modo.

Sepan que no nos juntó únicamente el azar. A los Beatles tampoco: fue Paul el que un día dijo “John, te presento a George”. Y esa presentación fue posible porque un trasfondo musical, que precedía al encuentro mismo, ya los estaba inquietando. Del mismo modo, una de nosotras conocía a la otra, y esa conoció a una tercera... y así. Y si pudimos presentarnos mutuamente fue por una inquietud de fondo que nos motivaba (y aún lo hace). 

Lo diremos sin rodeos: todas escribimos. Y cuando decimos ‘escribimos’, no nos referimos al hecho de pulsar teclas frente a un monitor ni al de trazar grafías multiformes sobre una hoja de papel. Claro que escribimos en ese sentido, en efecto, son acciones –a veces casi mecánicas- que realizamos cotidianamente. Pero cuando nos reconocemos como escritoras, y cuando asumimos la escritura como una tarea que nos constituye, nos interesamos más bien por el sentido de lo que hacemos. De ahí que no nos resultan tiradas de los pelos preguntas como “¿qué es escribir?”, o “¿en qué se reconoce una escritora?” Pero, ojo, no nos formulamos estas preguntas para arribar a una definición universal, verdadera y objetiva de la labor que realizamos, sino más bien para delinear el sentido del trabajo que queremos afirmar. 



“Queremos afirmar”, decimos. Y, de golpe, parecería que estuviésemos asociando la escritura, enteramente, a un acto de nuestra voluntad. Bueno, en parte, sí, pero, en parte, no. Es cierto que escribimos porque queremos; con todos los dolores que pueda traer aparejada la tarea, elegimos la escritura. Pero también es cierto que escribimos porque no podríamos no hacerlo. Y esto no tiene nada que ver con las determinaciones de una presunta Naturaleza, no creemos que hayamos nacido para escribir. Bien podríamos haber sido bailarinas, actrices, fotógrafas y un largo etc. Pero si no podemos no escribir es porque, en una serie de instantes –acaso sin darnos cuenta-, la escritura nos fue encontrando. Y no siempre nos encontró escribiendo, muchas veces lo hizo en medio de una lectura veraniega.

¡Ah, la lectura! También somos lectoras, insaciables lectoras. Y, otra vez, no porque reconozcamos los caracteres que se suceden para dar lugar a una frase. Somos lectoras también cuando miramos una película, y no porque fijemos la vista en los subtítulos chiquititos y amarillos que aparecen en la parte inferior de la pantalla. Lo somos porque recorremos lo que se nos presenta en busca de un sentido que, lejos de estar configurado de antemano, vamos creando en el proceso mismo de lectura. Cuántas veces hemos dado con un ‘algo’ maravilloso en una película, y cuántas veces la hemos recomendado a algún amigo para descubrir, más tarde, que él no lo encontró allí donde nosotras lo dejamos. Así que el sentido buscado no preexiste a la lectura, sino que va emergiendo gracias a ella. Tampoco preexiste a la escritura, no escribimos porque tengamos algo que decir sino que el proceso mismo de escritura nos va descubriendo el sentido de aquello que escribimos. Y así, el leer y el escribir, espalda con espalda, resultan ser las dos caras de una misma operación creadora. 

Suena fácil, ¿verdad? O, al menos, espontáneo. Pues no lo es, la creación de sentido precisa de un trabajo muy fino, arduo e inagotable. Leer y escribir tal como queremos hacerlo exige un entrenamiento de una cierta función fabuladora que nada tiene que ver con la imaginación. La fabulación que perseguimos ......

No hay comentarios:

Publicar un comentario