Ensayo sobre el pensamiento Filosófico1
N. de E.: Ensayo sobre, implica una previa separación que inicia un intento de captura en este abordaje. Montarse en el pensamiento, montar el pensamiento, eso nos seduce pero planteado así nos sujeta al problema del origen, de la separación sujeto-objeto y al pensamiento Filosófico como idea esencial y unitaria. Ensayo como objeto. La acción objetivada, por lo tanto, también pasible de esencialización.
Ensayo sobre el quehacer filosófico
N. de E.: Esto nos atribuye mayor actividad, nos habilita a enseñorearnos en una capacidad, la de hacer filosofía, tarea creativa aunque implique un desvelamiento de la verdad. Pero desde cada quehacer se pretende lograr el ensayo, otra vez como objeto acabado o al menos como objeto legítimo. Aunque dudemos de la verdad, ejem, la pretendemos.
Ensayo con pretensiones de hacer filosofía
N. de E.: Esa pretensión se denuncia en este gesto diferente. Finalmente el hacer filosófico se compone en parte de gestos, que emergen de posicionamientos e intenciones. Todo esto se pretende.
La Filosofía como ensayo
N. de E.: Como ensayo, ya no como objeto, aunque también como producto. Pero, resultado en composición, actividad, acontecimiento. Ensayar la filosofía. Hacerla en situación de composición de fuerzas en movimiento, operar en territorio imprevisto. No acabar de hacerla.
Ojos para armar la tradición |
Allá por el 2007 escribimos en el editorial de Amartillazos 1 las siguientes líneas: «A la hora de escribir un texto que descanse sobre pretensiones filosóficas la academia parece exigir cierta forma de diálogo explícito con la tradición. Como si tuviésemos que ‘hacer el esfuerzo’ de establecer el diálogo. Como si no fuésemos ya ese diálogo, también». Si aquellas líneas vuelven a resonar hoy es porque nos volvemos a formular la pregunta por la tradición. Y hoy decimos que al referirnos a la tradición no señalamos solamente un cúmulo de autores, obras, teorías y conceptos que resultan oportuno citar o referir explícitamente, sino que indicamos la necesidad de dar un paso hacia atrás. Dicho de otro modo, preguntarnos por la tradición (y reconocer nuestra inscripción en ella) implica situarnos un poco antes de la emergencia de ciertas obras, teorías y conceptos tomando en consideración la manera de interrogar, de leer y de escribir aquellas obras, teorías y conceptos. Si la atención a ese cierto modo de hacer las cosas resulta necesaria es, precisamente, porque sobre esa manera de hacer tiene lugar la emergencia del pensamiento y su puesta por escrito. Entonces, preguntarnos por la tradición (que ya somos) implica, para nosotras, interrogar críticamente las prácticas de lectura, pensamiento y escritura que se constituyen a su sombra y que actualizamos cada día. Decimos: en nombre de la tradición se instituye el discurso filosófico que dota al pensamiento de una serie de rasgos específicos, se establecen una serie de reglas de enunciación, se delimitan instancias de socialización, se fijan límites de incumbencia, se definen términos, se legitiman o desligitiman argumentos, se pauta la pertinencia o impertinencia de las preguntas. En este sentido, ciertas ‘escenas’ del mundillo filosófico-académico resultan valiosas a la hora de reconocer cuáles son las determinaciones o rasgos específicos que dotan a un pensamiento o discurso de validez institucional. Pongamos por caso uno de los ámbitos paradigmáticos en los que dichos rasgos se entienden y se manifiestan con mayúscula: los simposios.